jueves, 14 de mayo de 2015

Ácidos

Se movía. Se movía tan asquerosamente que se resbalaba entre mis sábanas. Su piel escamosa y verde que brillaba con la luz de la luna me puso la piel chinita. Me aterraba.
Era la serpiente más grande y gorda que jamás había visto y se estaba acercando a mí, con esos ojos de reptil tan nauseabundos que me miraban fijamente. Me paralicé. Era como si sonriera porque me tenía por fin, acorralado como siempre quiso, listo para devorarme.
Me pellizqué tan fuerte como pude, me enterré las uñas de mis dedos indice y pulgar con el fin de despertar, esta vez no era un sueño. Avanzaba despacio, como si disfrutara verme sufrir, en shock; la sentía en mis piernas, parecía que me acariciaba con amor. Amor de un cazador a su presa.
El miedo que me recorría se fue desvaneciendo con la proximidad del animal, la adrenalina que sentía por todo mi cuerpo me hizo recordar aquella pistola que guardaba en la mesa de noche.
Me moví rápido y sutil para alcanzarla, justo en el momento que la serpiente estaba por alcanzar mi cintura. La tomé y cuando estuvo cerca de mi rostro le disparé sin dudar.


La gran cantidad sangre roja que empezó a aparecer en mis sábanas me asustó. No sabía que las serpientes sangraran. Prendí la luz.

Mi hijo tenía un disparo en la cabeza.

¿Amor o dependencia o costumbre?

¿Amor o dependencia o costumbre? 

Tal vez dependencia a tus besos. 
O a tu cuerpo o a tus caricias. 

Tal vez costumbre de tenerte.
De tus manos y tu piel.

Pero ¿Amor?
Amor a ti. 
A nosotros. 
A esto.