Era un martes
20 de octubre, una noche tranquila en el hospital en el que Fernando Flores,
médico cirujano, trabajaba de Lunes a Viernes en el turno nocturno.
El Dr. Fernando
Flores se encontraba en su consultorio, esperando a que alguna consulta, por
más que las odiara, llegara a aquella noche tan vacía, tan sola. Pensaba en lo
que haría por la mañana al salir del trabajo, en lo que le hacía falta por
comprar, si los gatos habían sido alimentados ya, si no había olvidado sacar
los platos del lavavajillas, trabajo aquí, trabajo allá. Palabra tras palabra,
acción tras acción, brotaban en su pensamiento cuando la bocina del teléfono
sonó, una, dos, tres veces antes de ser contestada. Uno a uno sus pensamientos
quedaron en el olvido.
Doctor, dijo la
voz agitada de una enfermera, se necesita su presencia en la sala de urgencias,
colgó. Fernando Flores se colocó la bata, salió a toda prisa, pasó el área de
consultorios, bajo escaleras, baños, derecha, izquierda, izquierda de nuevo,
leyó: Urgencias, entró.
Un joven de 17 años estaba recostado en una
camilla, ¿Qué sucede?, llegó con presión baja y está sudando, no sabemos qué
es. El joven deliraba, decía algo en susurros débiles, lo miró, tenía los ojos
cerrados y la cabeza girada hacia la izquierda, su cuerpo bañado en sudor
temblaba bruscamente, creemos que es un pre-infarto, dijo la enfermera.
Fernando Flores comenzó a hacer un chequeo de
aquel cuerpo pálido, su respiración era estable, temperatura de 37 grados,
normal, pupilas se dilataban con la luz, normal, la frecuencia era normal, 70
pulsaciones por minuto, era claro que no podía ser un fallo cardiaco. Tomó su
estetoscopio y dudosamente lo llevó al pecho del muchacho, no había latidos, no
lo creía. Tomó uno diferente, lo acercó de nuevo al pecho, nada, imposible.
Desesperado le hablo, le repitió el nombre que aparecía en la credencial
escolar que yacía en su cartera, pero no dejaba de susurrar aquella palabra que
era difícil de entender, estaba vivo, respiraba, hablaba en susurros, pero su
corazón no latía.
Fernando Flores
no sabía, no entendía, no comprendía que aquellos susurros eran un nombre, una
persona, una sonrisa, una historia y una voz. Aquellos susurros eran
precursores de un amor inexistente, de un olvido, de dolor. Creadores de un
corazón roto que dejo de sentir, de amar y de latir.