lunes, 20 de enero de 2014

Él

Sus ojos, tan cafés que te hacen perderte en el momento en el que los ves, te succionan poco a poco, te roban tus pensamientos y se llevan con ellos tus actos de conciencia. Esos ojos, se meten debajo de tu piel, te llenan, te roban, te hipnotizan y por si fuera poco te hablan con verdad.
Esos labios que forman una curva graciosa cada vez que quieren besarte, que forman una línea recta cuando se molestan, que se pintan de rojo cuando estas cerca, esos labios que sin más me completan.

Recuerdo la primera vez que me fijé en esos ojos, la luz que atravesaba la pared de cristal chocaba con sus largas pestañas, resaltaba el café de su mirar y la forma tan firme en que me veía hacía estremecer todo mi ser. No dejaba de mirarme, no dejaba de hablarme, no dejaba de tomar mi mano. Y esos ojos seguían observando cada movimiento y gesto que hacía. Fue hermoso.

Ese mismo día, probé sus labios, suaves, como una bola de helado, carnosos... No quería, pero fue culpa de sus ojos, mirándome como si fuera la única mujer en el mundo, llevándose lejos mis pensamientos, dejando mi mente en blanco, logrando que me acercara a él, como si fuera un hechizo, una clase de imán, tal vez. Mis labios sabían a donde ir, mis ojos no perdían de vista los suyos, era como si supiera como moverme, como si mi cuerpo ya lo conociera, entonces, sin más me perdí en sus labios, en sus ojos, en él y nunca más regresé.

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